Señor Dios del Cielo y de la tierra dígnate dirigir, santificar, guiar y gobernar en este día nuestros corazones y nuestros cuerpos, nuestros sentidos, palabras y acciones según tu Ley y por el camino de tus mandamientos, para que aquí y en la eternidad merezcamos, por tu favor, ser salvados y libres. ¡Oh, Salvador del mundo!, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
“Tenemos la Eucaristía: ¿qué más queréis?”,
dijo en su último sermón, y en su lecho de muerte repitió: “¿Por qué lloráis? Tenéis la Eucaristía; eso basta”.
A la verdad, la Eucaristía lo abarca todo. Es la santísima Trinidad, dado que la segunda Persona no se encuentra sin las otras dos; es Jesucristo mismo, en su encarnación y su redención, pero en la forma definitiva que quiso tuvieran para los mortales, es la vida divina cuya participación engrandece a los santos haciéndolos a su vez dignos de culto. ¿Qué verdad hay o qué misterio que no confluya a la Eucaristía?
San Pedro Julián Eymard