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¿Cómo lograr el éxito en las pequeñas cosas de cada día a través de los microhábitos?

¿Cómo los buenos hábitos cotidianos pueden ayudarnos como cristianos a fortalecer nuestra voluntad y alcanzar nuestros objetivos?

La idea de que los pequeños hábitos cotidianos son fundamentales para alcanzar nuestras metas ha sido compartida por Stephen Guise y se ha convertido en una moda en la actualidad. El autor destaca la importancia de mantener la motivación y la fuerza de voluntad para lograr nuestros sueños. Sin embargo, el éxito no es fácil de alcanzar debido a los enemigos naturales que se presentan: la pereza, la procrastinación, dejar las cosas a medias, desanimarse ante los primeros fracasos, perder la continuidad en los objetivos y andar picando por aquí y por allá.

Para lograr dominar estos enemigos, es necesario comprender cómo funciona la mente. Según Guise, “hacer poco todos los días es infinitamente mejor que hacerlo mucho solamente unos días, porque las acciones que se realizan a diario se convierten en hábitos adquiridos y útiles para la vida”. Aunque esta idea no es nueva, es muy oportuna ante los inmensos distractores que evitan que las personas se mantengan concentradas en lograr sus metas.

Lo ideal es desarrollar hábitos saludables, de modo que las acciones para alcanzar nuestras metas se realicen de manera automática. Los buenos hábitos influyen directamente en nuestro mundo inconsciente y trabajan a nuestro favor para que hagamos las cosas que nos hemos propuesto. Los buenos hábitos ya nos ahorran la necesidad de reflexionar y tomar decisiones de cada cosa que es buena para conseguir lo que queremos. Simplemente lo hacemos porque el hábito ya está instaurado y funcionando sin mucho esfuerzo.

En lugar de mantener un alto nivel de motivación, necesitamos una mayor fuerza de voluntad para sostener un comportamiento constante y a prueba de los múltiples sabotajes que nosotros mismos nos autoimponemos. Más que nada, es necesario perseverar. Tener éxito en la vida es un largo camino que no todos logran conquistar. Los que sí lo consiguen es porque han sido constantes.

Por ello, los buenos hábitos son importantes. Son las virtudes que tanto ponderamos en la filosofía cristiana. Son esas características que forman el carácter y le dan sentido al esfuerzo que realizamos. Hacer el bien todos los días a nosotros mismos y al prójimo es una receta muy simple pero muy efectiva.

El poder de la constancia es una lucha cotidiana por realizar las cosas que son buenas y convenientes, más allá del placer y del dolor. Se convierten en un imperativo, y se hacen porque se hacen, se van a realizar llueve o truene. Con la perseverancia, se elimina el espacio a la pereza y la procrastinación. No hay renuncia ni desánimo, se va a continuar con el propósito, sin darle oportunidad a un permiso para dejar la continuidad que nos hemos propuesto. Es cumplir con tu palabra y ser muy firme en doblegar las debilidades del momento, que pueden impedir que consigas tus metas y objetivos.

Si te propusiste dejar de fumar, lo vas a cumplir, en todo momento, aunque se te antoje fuertemente. Es un no tajante a las ganas de volver a tomar el cigarrillo; es más, ni tenerlo en la mano ni ir a comprar una nueva cajetilla. La perseverancia es una fuerza que nos hace cumplir nuestras promesas. Por eso sabemos que es una gracia que recibimos del amor de Dios y de su misericordia, porque nosotros somos débiles y propensos a fallar y a ceder pronto a nuestros antojos y caprichos.

Con información de es.catholic.net