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¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en la revelación y conocimiento de Dios, según el Catecismo de la Iglesia Católica?
CREO EN EL ESPIRITU SANTO
CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA 683-690
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683 “Nadie puede afirmar: ‘Jess es Señor!’ a menos que sea influenciado por el Espíritu Santo” (1 Co 12, 3). “Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama Abbá, Padre!” (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primero haber sido atraído por el Espíritu Santo.
Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. A través del Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su origen en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo nos otorga la gracia del nuevo renacimiento en Dios Padre a través de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque aquellos que son portadores del Espíritu de Dios son guiados hacia el Verbo, es decir, hacia el Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por lo tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra mediante el Espíritu Santo.[1]
684 El Espíritu Santo con su gracia es el “primero” que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que consiste en: “conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”.[2] Sin embargo, es el “último” en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, “el Teólogo”, explica esta progresión a través de la pedagogía de la “condescendencia” divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más vagamente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo todavía no era aceptada, añadir el Espíritu Santo como un peso adicional si usamos una expresión un poco audaz… Así es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más magníficos a través de avances y progresos “de gloria en gloria”.[3]
685 Creer en el Espíritu Santo es, por lo tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad, consustancial al Padre y al Hijo, “que recibe la misma adoración y gloria que el Padre y el Hijo” (Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la “teología” trinitaria. Aquí solo se tratará del Espíritu Santo en la “economía” divina.
686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el inicio del Plan de nuestra salvación hasta su consumación. Solo en los “últimos tiempos”, que se inauguraron con la Encarnación redentora del Hijo, el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y recibe como Persona. Entonces, este Plan Divino, que se cumple en Cristo, “primogénito” y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad a través del Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los cuerpos, la vida eterna.
Artículo 8 “CREO EN EL ESPIRITU SANTO”
687 “Nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co 2, 11). Por lo tanto, su Espíritu, que nos los revela, nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. Aquel que “habló por los profetas” nos hace escuchar la Palabra del Padre. Pero a Él no lo oímos. No lo conocemos sino a través de la obra por medio de la cual nos revela al Verbo y nos prepara para recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que “nos descubre” a Cristo “no habla de sí mismo”.[4] Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué “el mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce”, mientras que aquellos que creen en Cristo lo conocen porque Él habita en ellos.[5]
688 La Iglesia, comunión viva en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar donde conocemos al Espíritu Santo:
-en las Escrituras que Él ha inspirado;
-en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
-en el Magisterio de la Iglesia, al cual Él asiste;
-en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;
-en la oración, donde Él intercede por nosotros;
-en los dones y ministerios mediante los cuales se edifica la Iglesia;
-en los signos de vida apostólica y misionera;
-en el testimonio de los santos, donde Él muestra su santidad y continúa la obra de la salvación.
I -LA MISIÓN CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquel que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf Ga 4, 6) es verdaderamente Dios. Consubstancial al Padre y al Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor al mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consustancial e indivisible, la fe de la Iglesia también profesa la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía a su Verbo, también envía a su Aliento: una misión conjunta en la cual el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin lugar a dudas, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es el Cristo, el “ungido”, porque el Espíritu es su Unción y todo lo que ocurre a partir de la Encarnación procede de esta plenitud.[6] Cuando finalmente Cristo es glorificado,[7] Él también puede, junto al Padre, enviar al Espíritu a aquellos que creen en Él: Les comunica su Gloria,[8] es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica.[9] La misión conjunta se despliega entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción es
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Con información de Corazones.org