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¿Cuál es el papel del sacerdote en la Iglesia Católica y cómo se diferencia del sacerdocio común de los fieles?
Vivir en medio del mundo sin desear sus placeres, formar parte de cada familia sin pertenecer a ninguna, compartir todos los sufrimientos, conocer todos los secretos, perdonar todas las ofensas, interceder del hombre a Dios y ofrecer sus oraciones, volver de Dios al hombre para ofrecer perdón y esperanza, tener en el corazón la llama de la caridad y la fuerza de la castidad, enseñar y consolar, bendecir y perdonar, ¡qué vida! Esta es la vida del sacerdote de Jesucristo, quien está llamado a ser imagen del Sumo y Eterno Sacerdote, a través de su ministerio, en la que se ofrece al pueblo la Gracia Divina.
La definición de la palabra “sacerdote” es la de un mediador autorizado para ofrecer sacrificios a Dios, reconociendo el dominio supremo del Señor y expiando los pecados. Mientras que todas las religiones tienen sacerdotes que ofrecen sacrificios según sus propias creencias, Dios se reveló a Israel como el único Dios verdadero y prohibió la idolatría en el Primer Mandamiento. Los sacerdotes de Israel ofrecían sacrificios solo a Dios, mientras que los profetas comunicaban el mensaje de Dios a los hombres y los sacerdotes eran mediadores de los hombres ante Dios.
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial son dos aspectos importantes del sacerdocio cristiano. El Sacerdocio de la Nueva Ley fue instituido por Jesucristo en la Última Cena y se diferencia esencialmente del sacerdocio común de los fieles. Mientras que todos los cristianos comparten el sacerdocio común de los fieles, el sacerdocio ministerial es una función sagrada confiada a los sacerdotes, por la que modelan y dirigen al pueblo sacerdotal, efectúan el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo.
En la Nueva Alianza, Cristo es Dios y hombre, el Profeta y Sacerdote definitivo. Como ser humano, es el Sumo Sacerdote y la víctima de valor infinito que se ofreció a sí mismo en la Cruz una vez y para siempre acabando con la necesidad de los antiguos sacrificios que debían repetirse constantemente. Ya no se necesita el antiguo sacerdocio, puesto que Jesucristo es el único Sumo Sacerdote, quien penetró en los cielos para ofrecer el sacrificio perfecto por la humanidad.
Es esencial distinguir la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles bautizados y el sacerdocio ministerial. En virtud de la sagrada potestad que posee, el sacerdocio ministerial modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectuando el sacrificio eucarístico en nombre de todo el pueblo. Los fieles, en cambio, participan en la oblación de la Eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.
Asimismo, los sacerdotes son amados de Dios y deben ser amados por todas las personas, ya que son un don que Dios hace al mundo. Son elegidos por el Señor y sus secretos dados por el Corazón de Jesucristo. Tienen el poder de perdonar los pecados, enseñar, bendecir y consolar siempre, lo que les otorga una gran dignidad ante el Todopoderoso.
Cada sacerdote es llamado a ser otro Cristo, lo que incluye crucificar su vida para poder levantarse con Cristo y atraer a todos los seres humanos hacia Él, Jesucristo. Debe ser un hombre en amor con Dios y en amor con los hombres, y tener un corazón de fuego para la caridad y un corazón de bronce para la castidad. Su vida es un servicio gratuito que se da al pueblo, su sacerdocio es un don que Dios les confía como amigos suyos.
El sacrificio de la Santa Misa es el momento donde el sacerdote se convierte en el Sumo Sacerdote y vuelve el sacrificio de Jesús en la Cruz en algo actual y presente. Así, los fieles pueden ofrecer sus vidas y unirse a Él en oración y acción de gracias. Este sacrificio es superior al del Antiguo Testamento ya que en él se hace presente la ofrenda de Cristo, quien se ofreció como víctima por los pecados de toda la humanidad.
En conclusión, ser sacerdote de Jesucristo es una gran dignidad y llamado divino que involucra despojarse de los placeres mundanos para vivir en el servicio al pueblo, perdonar todos los pecados, compartir los sufrimientos, conocer todos los secretos, enseñar y consolar, bendecir y perdonar. Es un llamado a ser otro Cristo, a cruzificar su vida para poder levantarse con Él y atraer a todos los seres humanos hacia la Salvación Eterna que se encuentra en Jesucristo. Es un regalo y una bendición tanto para el que lo recibe como para el mundo que lo rodea.
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Con información de Corazones.org