
San Felipe Neri, el ‘Apóstol de Roma’, es un ejemplo de caridad y celo cristianos
A su llegada, presenció un clima eclesiástico caracterizado por la corrupción, el vicio y la decadencia.
Sin embargo, fue en las Catacumbas de San Sebastiano (San Sebastián) donde Neri pasó horas en tranquila contemplación e intensa oración.
Quizás no había mejor lugar.
Después de todo, el silencio de las catacumbas (el lugar de enterramiento de los cristianos que morían por su fe, entre ellos los restos de san Pedro y san Pablo, así como el de san Sebastián) ofrecía un marcado contraste con la miseria y el vicio de la calles arriba.
Las catacumbas, en cierto sentido, representaban la evolución de la vida de la Iglesia en Roma: persecución y dominio, fe y apostasía, esplendor y miseria.
Los ejercicios espirituales de Neri se ubicaron en la intersección entre lo antiguo y lo antiguo: un regreso a las primeras tradiciones de la era paleocristiana, ya que fue la fe inquebrantable, la persistencia y la muerte de este mártir lo que allanó el camino para una Roma cristiana.
Es apropiado, entonces, que su epifanía espiritual sucediera allí en Pentecostés.
Pidiéndole a Dios el don del Espíritu Santo, éste descendió como una gran bola de fuego, entrando por su boca y asentándose en su corazón (esta experiencia fue tan intensa que le provocó agrandamiento del corazón y palpitaciones de por vida al realizar sus ejercicios espirituales) .
Es (al igual que lo fue para los discípulos del Señor en el aposento alto) representante del celo espiritual: el fuego ardiente del amor de Dios que animó tanto a los apóstoles y, más tarde, a Neri, a salir y evangelizar.
La fundación de la Archicofradía de la Santísima Trinidad
En 1540, Neri, siendo todavía laico —no fue sino hasta 1551, a la edad de 36 años, que fue ordenado sacerdote— instituyó la Confraternita della Santissima Trinità (la Cofradía de la Santísima Trinidad), dotada canónicamente estado por el Papa Pablo III.