Volvamos a incorporar el agua bendita en nuestra práctica religiosa. No sé si es peor lo rápido con la que la hemos echado de nuestra vida por miedo a un virus o la negligencia con la que no le reincorporamos ahora que se puede hacer perfectamente.

Esto delata varias cosas. Lo primero que desconocemos verdades importantes de nuestra fe, como el valor de un sacramental fundamental como el agua bendita. Lo segundo que nos puede más el miedo que la suplica o la fe en la promesa de Dios en los acramentales. Tercero que la pereza se ha transformado en negligencia espiritual.

Vuelvo a exclamar mi postura: no habrá paz, ni salud, ni normalidad hasta que el hombre reconozca la profunda necesidad que tiene de Dios y se abandone más a él que a las soluciones humanas. Lo hemos dejado de lado en su mensaje fundamental, ahora es un ideal y todo ideal es relativo a muchas cosas y se puede deteriorar.

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